"Es bueno no sentirse cómodo en la vida"

La escritora Jhumpa Lahiri recorre sus orígenes indios, reflexiona sobre el impacto del éxito y habla del desafío de escribir en su nuevo idioma, el italiano. "India es una parte mía, pero no es mi país. No tengo ninguna patria", afirma. (Ver video)
Fuente: El Mercurio - 2017-08-18
Era demasiado hindú para ser una escritora norteamericana. Demasiado americana para ser una escritora hindú. Demasiado joven para ganarse el Pulitzer. En el 2000, con 32 años, Jhumpa Lahiri, hija de una familia bengalí radicada en los 60 en Rhode Island, en la costa este de Estados Unidos, de padre bibliotecario y madre dueña de casa intermitente, pasó de ser una invisible bangladeshi con tres magísteres en Literatura a una de las voces más destacadas de la literatura contemporánea. Sin redes literarias ni publicaciones anteriores, su prodigioso debut con "El intérprete del dolor" le permitió ganar el Oscar de las Letras norteamericanas, el famoso Pulitzer.

Han pasado los años, se han sumado los premios (como la medalla National Medals of Arts and Humanities que le dio Obama en 2014), los halagos de la crítica en todo el mundo y las publicaciones (la novela "El buen nombre", adaptada a una popular película del mismo nombre; los magistrales cuentos de "Tierra desacostumbrada", aparecidos también en la revista The New Yorker, y su última novela "La hondonada"), pero Jhumpa Lahiri, quien acaba de cumplir 50 años, sigue derribando muros culturales. (Aclaración: en la Argentina pueden conseguirse "El intérprete del dolor" , "La hondonada" y "Tierra desacostumbrada", editados por Salamandra)

En 2012 congeló su agenda literaria y cerró su casa en Brooklyn para irse a vivir a Roma junto a su marido y sus dos hijos. Aislada de la escena neoyorquina, aprendió obsesivamente la lengua de Dante -tan así que dejó de leer por completo inglés- y escribió en italiano "In Altre Parole/In Other Words", un testimonio de no ficción, ensayo autobiográfico o diario de aprendizaje donde encara por primera vez los efectos personales de una crisis de identidad que la persiguen desde que era niña y vivía una vida bengalí en casa y otra norteamericana afuera de esta. Dos culturas, dos idiomas, dos mundos y ninguna Jhumpa. Las preguntas son sencillas, las respuestas de una profundidad vertiginosa: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi lugar en el mundo? ¿Necesito realmente un país para sentirme en casa? ¿Cómo pertenecer? Aunque vuelve una vez al año a Estados Unidos a hacer clases de literatura creativa en la Universidad de Princeton, la escritora ha decidido italianizarse, lo que equivale a reinventarse. 

-Han pasado casi 20 años desde que se ganó el Pulitzer. ¿Qué impacto tuvo en usted ese premio?

-Fue tan inesperado que pensé que era un error. Era joven, solo se trataba de un libro de cuentos, el primero... Pensaba que no me lo merecía. Sentía que era exagerado recibirlo al inicio de mi camino literario. Me quedé perpleja, me volví demasiado autoconsciente de lo que había hecho y por lo mismo, vulnerable.

-¿Cómo se reacciona ante un éxito tan fulminante?

-Mi estrategia entonces fue no pensar en el premio, olvidarme de todo el ruido que se generó alrededor. El camino de un escritor es largo, con muchos altos y bajos, y yo ya sabía en esos años que iba a hacer así por lo que intenté no pensar mucho. Cerré literalmente toda la experiencia guardando el premio en una caja.
"Soy atea, crecí sin credo, mis padres no era hinduistas, ni budistas, como suele creerse, ni nada por el estilo, pero hay cosas que considero sagradas como la literatura, mi familia y mis relaciones afectivas".
-Hoy día ¿le gusta ser una escritora Pulitzer?

-El problema con los premios así es que te dan una identidad precisa. Eres para siempre "la escritora premio Pulitzer". ¡Toda una frase! Y yo siempre busco huir de las definiciones, prefiero galopar por encima de los contenedores de cualquier tipo, ya sea de identidad, culturales, lingüísticos. Creo que solo cuando me vine a vivir a Roma, escapé definitivamente de esa etiqueta y de las expectativas que siempre hay sobre mí.

-Me imagino que le deben haber hecho esta pregunta, por qué aprender italiano, escribir en italiano y vivir en Italia…

-Yo también me la hago. Pero no en términos de "por qué". Creo que estoy buscando la libertad de escribir a mi manera, sin una forma literaria precisa, de lo que tengo ganas y en cualquier idioma. Y lo más importante: sin ninguna presión.

-Usted había escrito hasta ahora en un inglés perfecto. ¿Por qué ponerse a prueba en otro idioma cuando nadie se lo pide?

-Amo leer, estudiar, la rutina del estudio, estar en la biblioteca, sola con mis notas. Yo soy yo misma en una biblioteca. Gracias al aprendizaje del italiano soy lo que siempre he querido ser: estudiante para siempre, porque aprender un idioma de adulta es un camino sin final. Cada idioma es un océano y es imposible sumergirse del todo, siempre se arranca algo.

-Es un desafío intelectual.

-Creo que la felicidad está ahí, cuando no tienes un conocimiento total de algo. Es bueno no sentirse cómodo en la vida. Me devuelve algo esencial de sobrevivencia. Me hace sentir viva.

-Creo que por ahí lo escribe: más me siento imperfecta más me siento viva.

-¡Ecco! Eso es lo lindo.

-Cualquier escritor sueña con esa comodidad que usted dejó; una casa en Brooklyn, buenos adelantos editoriales. Pero usted hace una renuncia en la mitad de su vida. ¿Hay algo más espiritual que literario en esto de dejarlo todo?

-¡Brava! Sí, espiritual y filosófico. Soy atea, crecí sin credo, mis padres no era hinduistas, ni budistas, como suele creerse, ni nada por el estilo, pero hay cosas que considero sagradas como la literatura, mi familia y mis relaciones afectivas. Llegué a Roma a encontrarle un nuevo sentido a esas tres cosas, a cambiar de aire, óptica, y luego cambié yo.

-¿En qué sentido cambió?

-Soy distinta, veo las cosas con una nueva perspectiva y punto de vista. Un idioma nuevo te hace ver todo desde otro ángulo. Es muy liberador vivir en un lugar donde eres extranjera. He vivido toda mi vida con esta bifurcación hindú-americana y en Italia no la siento. Italia me dio una segunda vida. Agregó una nueva capa en mí. Mi objetivo es seguir adelante... manteniéndome consciente de mi pasado.

Jhumpa Lahiri, quien nació en Londres, pero a los dos años se mudó con sus padres a Estados Unidos, ha escrito pequeñas y grandes ficciones sobre la crisis de identidad del inmigrante hindú-americano, y cómo ésta permea las relaciones de parejas y de familia. Todo con sutileza y sensibilidad, en un registro íntimo al cual llegan autoras como la Nobel Alice Munro, a quien admira. Basta leer el cuento "Cuando el señor Pirzada venía a cenar", donde una niña observa la guerra entre la India y Pakistán desde los ojos perplejos de un amigo de sus padres. O "El tercer y último continente" que retrata la llegada de su padre a una pensión estudiantil en Boston y el matrimonio arreglado desde la India que tuvo con su madre.

"No me agoto evocando ese mundo de mis padres. Antes evocaba una experiencia, un clima, una época, un país que les faltaba a ellos. Trataba de sanar la nostalgia sobre todo de mi madre. Ahora me hice a un lado. Al fin me puedo concentrar en mí misma", me dice con el mismo pudor que se entrelee en sus cuentos.
"Tengo una relación complicada con mi físico. Esta idea de mostrarse en fotos en la solapa de los libros me parece absurda. La foto agrega información extraliteraria. Se interpone entre el lector y el texto, una relación que debería ser pura entre el lector y la palabras".
-En su ensayo autobiográfico de hecho escribe: "Hoy no siento el deber de restituir a mis padres el país que perdieron".

-Es así.

-También sostiene que no cree que vaya a ficcionar más al momento de escribir de usted. Que el invento puro ya no la satisface. ¿Qué la ayudó a sacar su yo?

-El italiano. Me siento más valiente escribiendo en italiano. Lo que quiero decir es que me cuesta menos hablar de mí misma... me sale más natural que en inglés. Me ayuda a entender y expresar mi historia. Por ahora no creo que vuelva a escribir en inglés.

-Una de las conclusiones a la que llega en "In Altre Parole" es que ahora se siente adulta.

-Sí. Y a la vez niña porque estoy jugando con un idioma nuevo. Nunca me sentí niña, la verdad. Ahora es como si tuviera 5 años…

-¿Qué sensaciones guarda de su niñez?

-Yo era una niña tímida, muy reservada, andaba siempre como perdida. Crecí en un ambiente donde se respiraba un aire de gran ambivalencia. No estaba claro qué hacíamos en Estados Unidos, si realmente éramos felices. Pero a la vez nadie hablaba de regresar a la India. Viajábamos a Calcuta a ver a los tíos y allá tampoco nos sentíamos a gusto. Había una sensación de culpa por estar lejos. Esto me paralizaba, no sabía cómo ser, quién ser.

-¿A medida que fue creciendo, asistiendo al college, a la universidad tampoco se sintió americana?

-Soy americana entre comillas. La escritura me ayudó a verlo, pero tarde, diría que a los 30, mientras escribía "La intérprete del dolor". Quizás en los últimos años, bajo Obama, sí me he sentido más americana. Hace ocho años, viéndolo en la Casa Blanca, pensé "quizás yo también pertenezco a este país, después de todo". Pero la formación de niña marca más que el presente. Yo crecí en una América distinta. Mis hijos conocen otro país, donde la identidad americana es mucho más amplia y libre. En los 70 era más restringido. Yo me sentía afuera de la definición. En mi casa se comía una comida distinta, se vestía otra ropa, se celebraban fiestas hindúes, se hablaba de otros temas y preocupaciones, que ocurrían lejos. Ser diferente a los demás no era cool.

-¿Qué es la India para usted hoy día?

-Es una parte mía. Pero no es mi país. No tengo ninguna patria.

-¿Lo puede decir ahora sin ningún malestar?

-Ha sido un largo camino. Me he preguntado mucho qué cosas podemos poseer realmente en la vida, y mi conclusión es que quizás nada. Vivimos con esta cosa absurda de mi idioma versus tu idioma, mi cultura versus la tuya. ¿Pero nos hemos preguntado realmente cuál es el sentido de esta posesión cultural, de idioma, de nación? Yo no tengo ese léxico. No tengo ningún sentido de pertenencia. Para mí, la identidad es un trabajo en curso, algo fluido. Tengo un pedazo indio, brooklyniano y ahora italiano. Eso lo asumí hace poco, ha sido una liberación.

Palabras versus imagen

Jhumpa Lahiri siempre recuerda que cuando niña en su entorno familiar le preguntaban: ¿Te vas a casar con un hindú o un norteamericano?, un dilema que la atormentaba. El destino quiso que el 2001 se casara con el guatemalteco-griego, editor de Time en español, Alberto Vourvoulias (y amigo de juventud del ex candidato presidencial Andrés Velasco). El espacio del matrimonio, la incomunicación entre la pareja, las relaciones domésticas, interraciales, son temas que conoce y sobre los que ha escrito con mucha agudeza. En el primer cuento de "La intérprete del dolor", "Una anomalía atemporal", Shoba y Shukumar aprovechan las noches de apagón para revelarse cosas que no saben uno del otro.


-¿Por qué le resulta inagotable la intimidad humana al momento de escribir?

-Porque es un misterio. Los misterios me hacen pensar. El mar, el cielo es un misterio, las cosas profundas son todas misteriosas y la pareja también. La familia es una cosa violenta, problemática, maravillosa. Es un material rico para un escritor. Un pintor puede ver algo de profundo en la luz. Son cosas que atraen a todos los artistas. Hay experiencias, fenómenos, que tenemos bajo los ojos.

-Tiene una visión melancólica sobre la pareja. Pesimista, o tal vez solo realista.

-Quizás realista. El matrimonio, la pareja, es una dinámica siempre frágil, explosiva incluso cuando todo está muy bien. Es la realidad. A menos que sea una relación falsa. Y lo falso no me interesa.

-Hablando de lo falso... Cuando yo empecé a leerla siempre se comentaba su belleza. ¿Le molesta esta remarca que sufren algunas escritoras entre físico y escritura?

-Sí, me molesta porque no me siento así... Tengo una relación complicada con mi físico. Esta idea de mostrarse en fotos en la solapa de los libros me parece absurda. En Italia no hay fotos de autores. Estoy descubriendo a Fabrizia Ramondino, napolitana, y estoy feliz leyendo y me doy cuenta de que no tengo idea de qué cara tiene. La foto agrega información extraliteraria, te dice ya algo. Se interpone entre el lector y el texto, una relación que debería ser pura entre el lector y la palabras.

-¿Qué hacer? Vivimos en una cultura de las celebridades…

-Eso funciona para el cine o el mundo de la moda. Yo al menos siempre estoy en guerra con esto de mostrarse... de hacer márketing con el aspecto físico. Les digo no soy actriz, ni modelo... es otro mi trabajo. Con el segundo libro fue peor, pusieron una foto como de revista. Mi objetivo no es mostrarme, es expresarme con palabras. Pero ya sabes cómo funciona el mercado editorial.

-¿Cuánto puede esconderse un escritor hoy día?

-Depende de cada uno. Yo no hago vida social. Soy una pantofolaia. ¿Conoces esa expresión de querer quedarse en casa con las pantuflas? Salgo poco, para ir a cenar con amigos, pero prefiero estar siempre en pijama en cama o en el sofá escribiendo y leyendo. Amo mi casa, soy cáncer.

-Una polémica recurrente entre las escritoras de todo el planeta es la tensión entre criar y crear. ¿Se puede?

-Sí, pero implica un compromiso. La maternidad te enriquece, esa es mi experiencia, pero se trata de un compromiso. Nunca he podido escribir todo el día sin pensar en nada más que la escritura. Escribo cuando mis hijos van al colegio. Punto. Yo hago siempre una doble vida, entre Estados Unidos y Roma, madre y escritora, profesora y estudiante... Tengo varias identidades, pero supongo que todos estamos partidos.

-¿Y su estado emocional, cómo lo describiría?

-Soy más feliz que antes. Mientras más envejezco, más logro disfrutar de la vida. Yo amo la vida cotidiana. Para mí es sagrada. Los ritmos, los hábitos, bajar a comprar, cocinar. La felicidad para mí es los cuatro en Roma. Eso es la paz. Esto no quiere decir que esté en las nubes y no tenga una vida verdadera, que me enferme, que el tr